lunes, 2 de febrero de 2015

Que nos venga no nos hace estúpidas

Alguien tiene que hablar de lo incomodo que es cambiarse un tampón o una toalla sanitaria en un baño público. En serio. Dejémonos de tonterías que todas las mujeres merecemos esa semana libre al mes. ¿Por qué?

Para no pasar del llanto, al dolor, a la risa, a la comedera, al llanto, a pelear con tu amiga, jefe, novio, a sentirte gorda y, ¿mencioné al llanto? No, ya hablando en serio, ¡porque es estúpidamente incómodo cambiarse en un baño público! O en cualquier baño que no sea el tuyo.

Gracias. Gracias a las marcas de tampones y toallas sanitarias por hacer cajitas reciclables, estuches de colores, ponerle maripositas a las bolsas, escribir mensajes para el autoestima en los papeles que contienen la pega, hacer aplicadores mariquitos de colores brillantes que son plásticos y –contaminan– son más sutiles de colocar. Todo, todo, por ser mujer.

¿Algún hombre tiene idea de cómo se cambia un tampón o una toalla sanitaria? ¿De cuán difícil es conocer la medida exacta de tus pantaletas para colocar en el sitio correcto la toalla y su pega? ¿Saben lo incómodo de entrar al baño de la oficina, o de tu novio, y tratar de quitar la toalla de forma sigilosa aunque igual sabes que la pega despegándose de tus pantaletas hace un ruido tremendo? Y más importante, ¿cómo carajo me agacho como si me fuera a sentar pero sin sentarme porque a) es incómodo; b) las pocetas en la calle son A S Q U E R O S A S; c) tengo que preocuparme de que mi ropa no toque el sucio piso mientras mi mano que sostiene el tampón no se ensucie, no se caiga el tampón, la cartera no se te resbale del hombro, no hay donde guindarla, no la puedes dejar afuera ni en la puerta, y tus nalgas no deben tocar ni de cerca la poceta o su tapa; y d) de seguro no habrá papel; e) porque los tampones y toallas sanitarias producen irritación?

Quiero saber, ¿a quién quieren engañar? Tengo tres hermanas, una mamá, una sobrina, he estudiado y hecho amistad con innumerables mujeres en toda mi vida que a su vez conocen a más mujeres. Ninguna, óigase bien, ninguna mujer en su sano juicio usa un traje de baño blanco, pantalón blanco, falda blanca, vestido blanco con la regla. No lo hacemos. Si la chama del comercial tuviera un traje de baño negro o gris o verde o, mejor aún, rojo, igual compraríamos su estúpido producto. ¿A quién quieren engañar? Todas sabemos que nos deben dinero. Son ustedes quienes nos deberían pagar por aguantar sus aburridas estrategias de marketing y por seguir comprando un producto sin innovación, sin mejoras y casi inhumano.

Igual se manchan las pantaletas. Con toallas, con tampones, con jabón intimo especial, con protectores diarios, poniéndose de cabeza. Pasa. Igual raspa, sus telas no son suaves, no tenemos ánimos de jugar voleibol de playa con el traje de baño blanco. Alguien tenía que decirlo. Cada mes merezco aunque sea un día libre para no decir groserías y gritar en el baño público mientras trato de cambiarme, por tener que cargar unas pantaletas limpias de repuesto en la cartera, por las mentiras en la publicidad.

La menstruación no es una cuestión aspiracional. Repartan chocolates, regalen toallitas húmedas, hagan ofertas en pantaletas de algodón, hagan una estrategia de guerrilla marketing que mantenga los baños públicos en un estado suficientemente decente como para no querer morir y llorar, pasen The Notebook gratis en el cine para mujeres hormonales, rifen días de spa o de peluquería, regalen pinturas de uña con la compra. Basta del cuentito de la flaca en la playa divirtiéndose con puros hombre mientras menstrua. 


En serio, no me importa si el envoltorio es de mariposa. Es incómodo. Solo nos viene la regla, no somos estúpidas. 

martes, 27 de enero de 2015

De “yo soy el tubazo” o todos somos intolerantes prejuiciosos que nos unimos a grupos de destrucción masiva por medio de la palabra

Jamás diré que soy hypster.

Porque en verdad, no lo soy. Y vivir en Venezuela me hace pensar que muchas personas quisieran serlo pero, con el estilo de vida de dólares limitados, pésimo acceso a Internet, miedo o imposibilidad de cargar el último gadget tecnológico, sin cafeterías del primer mundo que escriban mal nuestro nombre en vasos y lo difícil que es para pagar o conseguir la tendencia del momento –aquí la tendencia solo son los memes, las colas y la inseguridad– quienes quisieran solo se quedan en eso, en el deseo. Pero para nosotros son nuestros hypsters.

Recuerdo que a los 19 años volvía a casa luego de tomarme unas cervezas con unos amigos. Vestía una falda amplía por encima de la rodilla, Converse y una franela  estampada que decía “juicy”. Mientras caminaba, unos chicos en carro pasaron y me gritaron “come gato”, como si para ellos eso fuera una verdad absoluta; como una monja ortodoxa señalando a un ateo, como lo incomodo de convivir con un vegetariano que te señala por comer cadáveres; como si tuviera que serlo a juro por el delineador negro en los ojos y por no estar con ellos escuchando reguetón viajando en un carro a toda velocidad. 

Después de eso, me llamaron hippy, lesbiana, rockera, metallera, loca, desaliñada, alternativa, yupi o “de esos chamos que parece se juntan en una plaza a fumar monte”.

Quizá fui todo. Menos hypster, come gato, lesbiana, metallera, loca, desaliñada, hippy o yupi, rockera, alternativa fuma monte.

–Inserte aquí a una madre hablando de la juventud de ahora–.

¿Cómo habría sido gritarme “come gato” en la era digital de la revolución del siglo XXI? Habría sido una respuesta al tuit donde me quejé de los sitios de comida con reguetón; habría sido un comentario en mi foto de Instagram a las consolas de audio que se arreglan previo al evento; habría sido un post, con captura de pantalla incluida, al grupo “todos contra las jevitas alternativas, metalleras, come gato” o “yo también me burlo de los hypster” o “yo también creo que las mujeres que les gusta el maquillaje y los zapatos son brutas”. Bleh.  

Debo confesar que todo esto me encanta.

¿Hemos cambiado? ¿Somos diferentes ahora en redes sociales que en los tiempos de fiestas y segregación? ¿Acaso las madres no descargan su llanto en la pantalla del Smartphone o con algunos tuits o con un mal sano estalqueo porque su hijo es homosexual, dice que tiene una profesión con un nombre en inglés pero se la pasa todo el día en Facebook o, dios no lo quiera, se escapó con un chavista? ¿Hemos dejado de murmurar en la calle que los otros son marginales, brutos, indecentes, transgénero, gordos, negros, ateos, community managers, ejecutivas de cuenta o come gatos, metalleros, cotufas, yupi, fuma monte o hypster? ¿Qué ha cambiado?

Si soportaste hasta aquí, felicitaciones, no has cambiado.

Admite que también te da morbo leer los errores, insultos y dramas en redes sociales y piensas en hacer una captura de pantalla cuando el Community Manager de algún político o medio de comunicación publica que se está cagando o que no hay condones en Farmatodo. 

Me sentiré realizada, muy a lo #YoSoyCharlie, cuando alguien cree un grupo, un chat, una interacción, un unlike, una metida de pata, un estalqueo que se vuelve obvio, una mala palabra o una bomba en mi contra. Oh, esperen… ha pasado. Feliz día del Community Manager.

Juro que no soy hypster –aunque lo sea por decir que no lo soy–, solo aplaudo que la era digital sea siempre un espacio donde poder seguir siendo nuestros prejuicios, y que haya acaloradas discusiones por el significado de la libertad de expresión o violentas discusiones por el ego de quien se equivocó primero y quien le metió el dedo en la llaga.

Nadie está dispuesto a dejar de ser la tapa del frasco. Ese es el tubazo que nunca dejaremos de tener.



lunes, 20 de octubre de 2014

Emprendedora, ¿yo?

Mi año laboral estuvo marcado por cambios, que en varias ocasiones yo no decidí. Si, ya sé que el año no se ha terminado. ¿Y qué?

Pasé días llorando por el trabajo que pensé querer, perdí gente y gane a otros. Me encontré con personas que dicen ser algo en papel, pero que en la realidad no se parecen ni a lo que venden ni a lo que profesan. ¿Pueden imaginar una agencia de creativos donde en la puerta una mujer en tono de madre te regaña porque sales a fumar un cigarrillo o te tienes que ir 10 minutos antes porque debes correr a clases? ¿Dónde además no puedes poner música y te miran mal cuando hablas con el compañero de al lado?

Tengo otras historias, de trabajos que parecían relaciones, donde se dio todo pero se acabó en un “no eres tú, somos nosotros”. Donde almas se vendieron por dinero y donde se tiene el criterio de “hay que mantener al cliente más que hacerlo crecer”. Si la empresa no puede crecer a la par del cliente, ¿para qué retenerlo? Pues, las conocí. Y me dan un poco de tristeza.

Tanto tiempo libre y tanto tiempo ocupada no me dejaba mucho tiempo libre. Explico. Salía a correr en las mañanas, y los domingos, sobre todo para pensar. Repasaba qué estaba pasando, qué hice mal, qué hice bien, qué no me dijeron, quién me engañó, porque es más importante cuidar el dinero y tener empleados infelices, porqué obligar a la gente a escuchar tu música, porqué decirle a tus empleados que ellos pueden comer en menos de una hora y cómo es posible que empresas crean que a las personas con las cuáles trabajan no les afecta el entorno, la guarimba, la bomba lacrimógena, la cola para comprar jabón… y corriendo y buscando mantenerme y poder comprar yo también ese jabón, o una computadora, o una torta de chocolate que me hiciera feliz, me encontraba también conmigo misma.

En varios momentos me tuve que detener para seguir. Y seguramente es lo mejor que he hecho en mi vida. Me detuve para llorar, para pelear, lamentarme, aceptar, felicitarme y continuar. Y cuando decidí continuar, no he podido parar. Y a veces suelo pensar que necesito unas vacaciones. Eso ya vendrá. Mientras tanto las cervezas cumplen su cometido.

Soy creyente de la pasión. Si, de esas frases cliché que te dicen que cuando amas lo que haces el trabajo no pesa. Pero aunque ames todo, puede pesarte la gente, el entorno, la silla incomoda, el silencio en la oficina de creativos, la falta de amor de los demás por lo que hacen. Soy tan apasionada que entro en esa clasificación de personas donde sus padres no entienden qué carajo hacen y como te mantuviste fiel a tus creencias e inteligente a pesar de “esa universidad de drogadictos”.

Justo ahora leía un artículo que reza “para emprender hay que hacerlo desde la esencia (…). Así que antes de emprender trabajen mucho de autoconocimiento y aceptación. Lo único que sobrevive es lo que somos, aunque en el camino descubramos que somos más de lo que imaginamos”. A un gran gerente recuerdo haberle dicho este año que yo mataría por tener personas trabajando para mí que amen lo que hacen, que muestren pasión, que vayan contra las reglas, que se atrevan a retarme, que su visión les lleve a hacer cosas diferentes. Lo hacía mientras me botaba de su empresa -sin justificativo alguno-. Puede que suene a ego, pero en este caso se trata de lo que los profesionales valen. Se trata de pasión.

No se trabaja solo con computadoras y fotocopiadoras. Las personas no son teléfonos reemplazables. Se trabaja con las personas, su valor, su familia que come del mismo sueldo, sus miedos, su mañana atropellada en el Metro, su celular robado, sus estudios. Pero pocos lo entienden. Hoy recuerdo esas palabras que le dije, y me río. Porque estoy segura que no lo entendió.

¿Cuál es el saldo hoy? Miro a mi alrededor y estoy rodeada de gente que aún no conozco muy bien, que no trabajan para mí y su concepto de trabajar conmigo es “vamos a sentarnos a hablar de los proyectos y propósitos de cada uno”. Escribo esto porque aquí, aprendiendo a emprender, me topo con la segunda entrevista en tan solo un mes. Diego me pregunta “¿qué cambio ha generado en tu vida emprender?” y solo se me ocurre responder “emprender ES el cambio”.

Yo no quiero luchar por el sueño de otro, a menos que ese sueño también este lleno de propósitos. Si puedo impactar en una vida, sabré que lo he hecho bien. Hoy para mí emprender es autoconocimiento con propósito, el de ser mejor y ayudar a otros a ser mejores. Todos dicen que emprender es para administrar tu tiempo, ser tu propio jefe, manejar tu vida a tu antojo. Es más complejo que eso. Quiero que alguien más se levante de su silla y deje de hablar del qué y de su boca salga el porqué, de corazón.

Este es solo mi tercer año en este mundo emprendedor. Y me ha jodido la vida. Nada que no haya sido para bien. Para emprender tienes que entrenar tu cuerpo, tu mente y tu espíritu. Empezar por ti para ir por los demás.  

martes, 7 de octubre de 2014

No lamento ser mujer

Aplaudo en este momento a los hombres que se sienten orgullosos de ser padres de niñas y, a la vez, hacen lo posible por criarlas bien, dejarlas elegir, y llenar su mundo de las cosas que a su hija le guste.

Este fin de semana fui insultada por mí, y por todas las mujeres del mundo. Y no lo acepto.

Una mujer no es su falda, no es su peso, no es su cabello, no es la forma en la que camina o en la que se sienta en el sofá. Una mujer no es mala por venir de una familia fracturada o por estar en contra a ser de la religión de sus padres. Una mujer puede cuestionarse la existencia de Dios, debería poder estudiar la carrera universitaria que desee, fumarse un cigarrillo si lo desea al igual que tomarse una cerveza. Una mujer no es más o menos femenina por usar pantalones o vestidos, una mujer en vestido no está pidiendo ser insultada o vejada, una mujer debe tener los mismos derechos laborales de un hombre. Una mujer puede amar y creer en el amor. Una mujer puede ser lo que ella quiera ser. Y eso es lo que es y lo que la hace mujer.

Las mujeres no son el símbolo de la debilidad, de las emociones, de la sumisión. También pueden ser rudas, fuertes, inteligentes, líderes. Esto es válido igualmente para los hombres. Los hombres deberían ser libres de mostrar su gusto por lo hermoso, sus debilidades, sus emociones. Somos seres humanos llenos de sentimientos, distintos gustos, varios errores.

Yo no quisiera volver a escuchar que soy una mala mujer por decidir llevar mi cabello natural, por ser así de “despeinada”. A quienes me dicen que mi cabello es malo puedo responder: “lo siento, malo no es mi cabello, pero si tu prejuicio”. No creo que quienes decidan ir a la peluquería a diario sean más o menos mujeres que yo. Yo no quisiera volver a ser llamada una “mujer fácil” porque decidí usar más faldas y vestidos que pantalones. No estoy retando a nadie cuando digo que soy inteligente. Lo que yo soy no existe para ofender a los demás ni para ser tratada como menos ni para ser tratada como más.

Mi cuerpo no necesita tu opinión en la calle. Pero mi espíritu merece el respeto. Podría ser alta o más delgada, podría haber decidido usar pantalones, podría alisarme el cabello, podría creer en alguna religión, podría venir de una familia estricta… y estoy segura que aun así encontrarías defectos en mí. Pero yo soy mujer, no perfecta. Soy feliz, no perfecta. Soy extraordinaria, no perfecta. Soy inteligente, no perfecta. Soy llorona, no perfecta. Soy despeinada, no perfecta.

Lo que valgo como mujer no tiene que ver con mi peso, el cual dijeron que era excesivo; o con mi cabello, al cual llamaron desaliñado; o con mis faldas, las de aparente mujer fácil según los ojos de otro; o con mi título universitario, el cual me estoy creyendo demasiado, porque “solo dios tiene la sabiduría”. Jamás lamentaré tener las piernas para usar falda, alzar la voz para defenderme, llorar con una buena película o libro, haber donado mi cabello, haber decido creer en el amor, apoyar a otras mujeres a ser ellas. Jamás lamentaré ser mujer.

Lo que sí lamento es que todo esto que me dijeron haya salido de la boca de una mujer.

Atentas contra una mujer y estás atentando contra todas. Escuchen a Emma Watson #HeForShe.


jueves, 18 de septiembre de 2014

República Capta Huellas de Venezuela

– Ella me lava la ropa, pero estamos separados hace 39 años. No te confundas–, me dice el taxista después de contarme que fue con “la mamá de sus hijos”, como la llama, a Makro hace un par de días. Ella vive en Guatire, no me quedó claro con quien, porque supongo que los hijos deben tener alrededor de 40 años. Mi chofer, ahogándome con el olor a cigarro que, supongo, ha ayudado a marcar más aún las arrugas de su rostro y manos y ha convertido sus dientes en pedazos amarillentos, me explicó una, dos, tres veces que en verdad ellos solo son amigos y hacen mercado juntos, y le agradece muchas cosas, entre ellas esa.

– Resulta que allá en Guatire se consigue pasta, leche, jabón, shampoo y cosas en el Makro, entonces vamos juntos al mercado. Lo chévere– me dice con ironía– es que si compraste hoy no puedes comprar lo mismo mañana. Fuimos por pasta un día y al día siguiente por jabón, pero como tienen el registro por números de cédula saben cuándo compras y qué no puedes volver a comprar. ¿Qué te parece esa belleza, mija?–, me dice mientras bota la colilla de cigarro por la ventana y casi terminamos el corto camino de la parada a mi casa, en la cual debo tomar un taxi porque es una colina de unas 7 cuadras donde ya me han robado 3 veces, aunque solía subir sintiéndome segura hace 11 años.

“Mis taxistas”, como suelo decirle al grupo de choferes que me llevan y ya tienen años conociéndome, siempre me cuentan de los robos y actos delictivos que ha habido por la zona o por sus casas, y me desahogan su sentimiento de patria. Yo solo pude contarle mi alegría al haber conseguido shampoo la semana pasada y haber podido comprar tres botellas. Supongo que a él, siendo taxista, la plata para hacer mercado le rinde más que a mí.

No le comenté nada pero no dejaba de pensar en dos cosas. Me atreveré a decir la primera considerando que como creo en la malicia bruta de los venezolanos, ya a alguien más se le ha ocurrido. Seguro a los mismos del gobierno. Toda esta cuestión del capta huellas y poder comprar solo con número de cédula, una vez a la semana o al día o nunca (porque no hay) seguro desatará el único móvil delictivo e ilegal que falta por popularizarse en el país: el robo de identidad. Para ser más exagerada, mi mente me llevó a escenas de la película “Gattaca”, donde el chico que suplantaba la identidad debía usar puntas falsas de dedo con las huellas dactilares y la sangre de quien pretendía ser. Habrá que ser más de una persona para poder hacer mercado en Venezuela. Así como hace falta también más de un sueldo mínimo para comprar alguito. Ya me imagino a alguna tipa aprendiéndose mi número de cédula y pretendiendo ser yo para poder comprar más pañales.

En segundo lugar pensé que si este fuera un país honesto no se le hubiera agregado el “Bolivariana” como segundo nombre, sino un hermoso “Capta Huellas”.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

Después de 6 años, me corté el cabello

Después de 6 años, me corté el cabello.

Cuando comencé la universidad dije que lo haría. Que mantendría mi cabello en crecimiento durante todo el tiempo que me mantuviera estudiando, hasta convertirme en Licenciada. Fue sin razón aparente. Pero fue para crecer.

Muchas veces decía “cuando termine la carrera me cortaré el cabello y lo donaré, por eso está tan largo” para escapar a las preguntas incómodas de los demás. Todos querían saber por qué tanto cabello, si pesaba, fastidiaba, molestaba, lo pintaba, cómo lo cuidaba y cuál era su historia. Esta es la historia.

Nunca antes había tenido el cabello tan largo. Nunca. De niña siempre lo mantuve corto entre los piojos y el fastidio que le daba a mi mamá peinarme o enseñarme a mí a hacerlo. Ella lo odiaba, era inmanejable, imposible de peinar o domar. Crecí sin tener idea de cómo arreglarlo, usarlo, cuidarlo, llevarlo o quererlo. Ni una pista ni siquiera que pudiera haberme dejado una amiga o una muñeca. En esa época sin YouTube, ¿cómo iba a buscar un tutorial que me enseñara? Hace poco entendí que lo dejé crecer tanto como una forma de vengar esa vida, esa infancia, ese cabello que nunca antes había tenido. Mi primera cédula, la de República de Venezuela con el cintillo verde, la boté pocos años después de sacarla porque odiaba la foto y como se me veía el cabello. Dejarlo crecer fue eso, un proceso de crecer y de ser una niña y una mujer con el cabello largo. Fue un crecer en centímetros y volumen en mi cabeza, tanto por dentro como por fuera. Mientras más aprendía en la Universidad, los empleos y la vida, más crecía mi cabello, más largo era, menos ganas tenía de deshacerme de él. Quisiera tener algún recuerdo hermoso de niña, poder haber tomado esta decisión antes, mirar atrás y ver a mi mamá o mis hermanas peinarme o aunque sea decirme algún piropo sobre él, pero eso no pasó. Pasó de grande un proceso de amor de mí hacía mi misma, la que llevaba el cabello y a los casi 6 años pudo cortarse más de 30 centímetros para donar.

Ningún familiar o persona cercana ha sufrido de cáncer. Conozco casos, pero nunca he hablado con alguien que lo perdiera. Donarlo simplemente me pareció un gesto de ayuda que no costaba nada, ¡el cabello crece! Quizá de esta forma podía pasar mi aprendizaje y crecimiento a los demás. De tanto cabello se pueden sacar dos pelucas.

Una mujer es muchas cosas. Es sus sentimientos, pasiones, pensamientos, gustos, temores, fortalezas, acciones, palabras, belleza, cualidades. Pero sobre todo es todas esas cosas y más a la vez. Que lo haya aprendido después con el cabello no quiere decir que lo haya aprendido mal. Descubrí todo lo que podía alcanzar y hasta donde podía llegar. Después de presentar mi tesis, era momento de dejarlo ir. Ya había pasado el tiempo, había crecido, ya era licenciada, ya lo había disfrutado y vivido. Lo corté y fueron dos lágrimas muy dulces. Espero que ahora otra persona pueda vivir su historia con él. Es momento de aprender cómo se usa el cabello corto.


Gracias Agustin Bozzo por el corte. El cabello lo dejé hoy en la fundación Maria Kallay

domingo, 3 de agosto de 2014

Guía de cómo sobrevivir en Caracas - Parte I

Anoche tuve una conversación poco alentadora; de esos momentos en las reuniones donde hay que hablar de la situación del país y las experiencias personales de robo y violencia. Con algunos amigos -hombres, en su mayoría- he conversado una premisa que tengo sobre el miedo que le da a una mujer su vulnerabilidad al ser víctima de un atraco o una situación de violencia. ¿Los hombres temen ser violados cuando los roban? La mayoría respondió que no, aunque alguno que otro osado se atrevió a discutirme temas de seguridad personal, situación de víctima y ser vulnerable. 

Honestamente creo que sí, las mujeres tememos mucho más. Recuerdo mi pensamiento la última vez que me robaron. Eran dos chamitos a pie y yo solo pensaba “¿me defiendo? No están armados pero uno podría agarrarme mientras el otro me pega, incluso cargarme hasta el monte que está allá y hacerme algo”. Cinco segundos más tarde, la adrenalina optó por defenderse. ¿Saldo? recuperé mi cartera pero no el celular, no hubo golpes, porque dejé de correr tras de ellos.

Tratando de darle un giro positivo a las historias de anoche, pensé escribir esto. Una “Guía de cómo sobrevivir en Caracas - Parte I”. Quizá mi supervivencia no ha sido la menos acontecida, pero uno tiene que compartirse los tips para hacer la cosa más llevadera.

Usar el Metro en hora pico
Aunque los venezolanos seamos muy chéveres, eso de andar sonriendo en la calle a diestra y siniestra suena descabellado en estos tiempos de locura. Si usted es usuaria del Metro de Caracas y, peor aún, lo padece en las horas pico, trate de no andar sonriendo a nadie, que nadie le dará el puesto o “nadie” querrá recostárselo después entre el bululú. Amárrese el cabello, para que no se jalen y sudar menos, cierre la cartera y póngala delante de su cuerpo, trata de no llevar carpetas ni cositas delicadas en la mano, o espere que baje la hora pico. Es obvio decir que no saque el celular, ¿no? Pero sobre todo, aprenda a bailar entre el gentío como en la mejor discoteca, a no darle la espalda al tipo sádico o sospechoso, a no quedarse parado en la puerta, a no reclamar la empujadera (¿qué esperaba, un servicio de lujo?) y a mirar mal al que se acerque, comenzando por los vendedores ambulantes. No es por maldad, es simple supervicencia. ¡Ah! No olvidemos el tacto y la paciencia que ahora se debe tener con los funcionarios del Metro: esos tiempos de galantería y camisa de botones se acabaron.

Tomar un taxi
Tengo muchas amigas que temen tomar taxis solas, y más si no son de “línea”. En verdad, jamás he escuchado un cuento cercano de violencia o robo o secuestro en un taxi, a menos, claro está, del robo que implica pagarlo. Las damas también regatean, nada de estar pagando Bs. 200 por dos cuadras porque estás apurada. Taxistas sobran en este país. Trate de, si surge la conversación, no detallar cosas importantes ni reales sobre su identidad, trabajo o vivienda; exija pagar lo justo, o espere el próximo; exija bajarle a la bachata, pero usando sus encantos femeninos. Una vez un taxista me preguntó si no me daba miedo montarme en el carro de un extraño, le dije que él corría el mismo riesgo que yo porque no sabía ni quién era ni si estaba armada. No me habló más en todo el camino. He perfeccionado tanto la técnica de conversar con taxistas como una dama, que el último me brindó un par de cervezas que tenía allí guardadas. No abrí la lata, pero me bajé con ella en la mano (ya conocía previamente al taxista). Nota: si el taxista le cobro un precio justo, pídale el número.

Llegar a un sitio que no conoce
Cruzar a la derecha en la mata de mango, seguir hasta la panadería y buscar el edificio verde chiquito después de haberse bajado en la quinta parada del autobús. Caracas no solo está mal construida, sino que las direcciones son imposibles de dar. Todas las urbanizaciones y sectores tienen una calle Los Mangos y Plaza Bolívar. Señorita: aprenda a leer mapas y usar Waze. No en la vía ni en el sitio, claro está. Haga investigación previa, pregunte hasta el color del kiosko del frente, llame para avisar que va en camino, avise a alguien que va a un sector desconocido, pregunte al del kiosko y nunca vea para el piso. No olvide la máxima de no sonreír pero caminar con seguridad. Olvídese del mamita yo la llevo y no hable con el usted no es de por aquí. La seguridad personal y la actitud de “no tengo ni pal fresco y solo uso accesorios de buhonero” pueden salvarla en muchos momentos. Pierda un poco el miedo a la sorpresa citadina, es Caracas, ¿qué le extraña? Asómbrese más bien de lo bueno.

Si lo pienso bien, con toda esta guía podría hacer volantes para repartirlos en el Metro (a hora pico) y tener una guía ilustrada de verdaderos frentes de acción ante Caracas.

Plus: ¿qué llevar en la cartera?
Si usted aún se pasea por la ciudad con audífonos, la admiro. Eso de no escuchar que dicen o quién va detrás de mí me aterra un poco. Pero si es de las que sale de casa en tacones y regresa intacta en la noche, he de admirarla mucho más. Ya soltando un poco la lengua y en jerga malandra digo “que nivel”. Personalmente pienso que una mujer en Caracas debe tener siempre en su cartera unas cholitas o zapatillas para poder correr en cualquier circunstancia y sobrevivir al taxi, al Metro y al lugar desconocido. La mejor forma de caminar digna en tacones altos es practicar. Hágalo, practique siempre en casa, cocine en tacones, saque la basura en tacones y sobre todo, aprenda a correr en tacones. No olvide esconder bien el celular en la cartera, llevar el pote de agua, el polvo para retocarse, las toallitas húmedas o el perfumito para cuando todo apeste.

@yei_blanco