lunes, 22 de abril de 2013

¡Cásense!


Tengo una conversación recurrente para sacar a la gente de “su zona de confort”.
– Mira, vale –en tono desafiante –,  ¿y tú cuándo te vas a casar? ¿Qué ya  nadie se casa en este mundo?
Las respuestas que me he encontrado van desde el “después de ti” hasta el “cuando me consiga una vieja con plata”. ¿Será el matrimonio un pensamiento recurrente entre los jóvenes? ¿Lo verán como un paso que se debe dar en la vida? En realidad… a quien le importa.

Quizá esta conversación surge de mi madre –las madres y su tendencia de clavarnos temas en la cabeza que luego aplicamos igualito que ellas, pero siempre negando que nos parecemos–. Creo que desde mi mayoría de edad ella sueña con que me case, no para que haga mi vida y sea feliz, sino para volverme “problema de otro”. La verdad es, que esa señora NUNCA se ha casado –¡que horror!– porque ella y papá se las daban de hippies y tenían anillos, pero no un papel firmado. Ya debo confesarlo, la verdad es que me entusiasman las bodas. Veo en los canales de televisión los programas de búsqueda de vestido de novia por mero placer culposo; es que me parecen “menos peor” que ver a las Kardashian. Y esa es la razón por la cual me entusiasman las bodas, pura cultura pop.

Cásense, que quiero beberme su güisqui gratis.
Cásense, que quiero embriagarme en una fiesta “formal” y besar a un padrino para declarar al día siguiente demencia. Y robarme pasapalos. Y pelear con alguien por el ramo. Y acosar al fotógrafo. Y esconder una de güisqui debajo de la mesa para llevármela. Y levantarme a alguien en la fiesta que me de la cola hasta mi casa.
Cásense, coño, para que le puedan meter casquillo a los amigos de que ahora es su turno.
Cásense, que nunca he ido a una boda (tipo “Quiero robarme al novio”, tu sabes).
No me importa si no tengo vestido, siempre habrá una amiga fiel que lo preste. Porque en este país no hay plata para el regalo en efectivo, pero si hay para la peluquería, para la manicura, y para el vestido nuevo, si es el caso. Y mira, vale, por como están las cosas te sale un juego de cubiertos de Traki –si acaso–. Ahora Venezuela es otra.

lunes, 8 de abril de 2013

La crisis del quesillo



En ninguna otra parte de Latinoamérica le llaman quesillo al quesillo. A unos amigos colombianos se los explicaba –en su patria– como un flan de huevo, leche y azúcar. Y así, llegó abril y con él la primavera, el cumpleaños de sultanito, perencejo, fulanito, mi mamá y las elecciones (otra vez) presidenciales (otra vez) en Venezuela.

11 de abril. Mi mamá dice querer torta de auyama. Vaya que es difícil cumplir años en abril. Mis hermanas se preparan con dos meses de anticipación para la torta. Vaya que es difícil cumplir años el 11 de abril en Venezuela. Mis hermanas me textean: “haz tú el quesillo”. No soy tan precavida como ellas, así que no me preparé con anticipación. Voy a cuanto supermercado, abasto y farmacia todera haya en el camino. No hay leche. No hay azúcar. No hay huevo. El cartón de huevo está a 80. No hay leche en polvo. Hay leche para niños de 1 a 3 años. Hay leche descremada. No hay huevo. Señor, ¿vende los huevos detallados? No hay azúcar tampoco harina, así que no sé cómo harán la torta. Si no hay nada, ¿cuánto cuesta una torta en la panadería? Debe ser como comprar caviar.

Aquí hay crisis cuando el quesillo está en crisis. No hay leche. No hay azúcar. No hay huevo. Esta es la crisis del quesillo. Habrá que inventarse nuevos dulces. Mamá, feliz cumpleaños: ahí te llevo tu lata de leche condensada. 

P.D.: encontré harina pan en la búsqueda de leche, azúcar y huevo.

lunes, 1 de abril de 2013

Querido malandro:


Seguro mi cartera color marrón te iba a quedar mejor a ti que a mí. La pintura de labios roja combinaría a la perfección con tu piel bronceada. Te equivocas si crees que por vivir en un vecindario residencial de quintas traigo plata encima. Piénsalo. Si fuera de las platudas, no andaría a pie. Yo creo que estás apuntando a la gente equivocada si quieres crecer en tu oficio. No te extrañe que te diga querido después que te grite a plena calle un inmenso “mamagüevo” –mi grosería favorita–, es que me revolviste las entrañas. Tú y tu compañero parrillero son de los peorcitos que me he encontrado. Me dieron tres vueltas con las luces apagadas antes de pararse, ¿en serio creyeron que no me di cuenta? Cuando decidiste acercarte, ya yo había corrido. Y si de verdad hubieras tenido una pistola, como amenazaste, yo estaría tirada en la grama con un pepazo entre ceja y ceja, y otros más al darte cuenta que dentro de mi cartera no había nada de valor. A menos que quisieras robarme mi estuche de maquillaje y mis retenedores dentales. No eres el primero que me encuentro. Corro rápido y grito duro. No me tiemblan las piernas ni las manos para echar a correr y tocar cuanta puerta haya pidiendo auxilio. No me tiembla la boca para decirte, querido, que eres un mamagüevo, raterito de segunda que anda pendiente de un smartphone para venderlo (¿a cuánto? ¿500 bolos?) y así completar para la marihuana y el periquito. ¡Vas a salir de abajo con 500 bolos!

50 bolos cargaba en mi monedero. Y te lo dije, no traigo nada encima. Mi smartphone, del que tanto estás pendiente, no llega ni a ser modelo 2012. Si de verdad quisieras plata, quisieras salir de la miseria, serías astuto y actuarías inteligentemente con estrategias bien planeadas para un gran golpe. Unos panas tuyos (quizás y son los mismos), me agarraron hace 6 meses una cuadra más allá. Como se escondieron detrás de un árbol, me agarraron. Corrí, grité, lo arañé, le partí el paraguas en la cabeza. Eras las 3 de la tarde y ningún carro o persona se paró a ayudarme. Me dio una cachetada y me pegó golpes en el brazo hasta que solté la cartera. Su mano quedó marcada en mi cara. Y ese hombro, ese brazo, ese jalón de cartera, es hoy un hombro que me duele todos los días y que será una futura operación. Y lo más bravo es que se llevó la cartera, las llaves, la cédula, el maquillaje… y el celular cayó al piso y allí quedó. No lo pudo agarrar para llevárselo. Mejor salgo con un bate a la calle que con maquillaje, ¿verdad? ¿Y sabes una vaina? Esta que camina por las noches subiendo la loma para la urbanización es la hija de la cachifa, la que estudió en colegio público siempre, la que se metió mil y un veces al barrio donde tú vives (y a peores) a hacer la tarea con los compañeritos de clases y a sus fiestas de cumpleaños, la que trabaja con ONGs tratando de cambiar el mundo, a quien su madre (la cachifa) le enseñó que la única diferencia entre la gente es que hay buenos y malos, nada de negros y blancos o de ricos y pobres. Yo aprendí a los 15 años el valor del trabajo, que para comer debía trabajar y ayudar a mi vieja, que nunca terminó los estudios. Y desde esa edad, mamagüevos como tú andan rondeándome en motos tratando de quitarme lo que me sudé. Y no me da la gana, chico. Además, mi operación del hombro debe costar como 10 de esas motos. Y no tengo para pagarla.

Cuando veas una jeva por la calle con un bate en la mano, soy yo. Si tú me estás buscando, yo también a ti. Este espacio es mío y no te lo pienso ceder.