Tengo
una conversación recurrente para sacar a la gente de “su zona de confort”.
–
Mira, vale –en tono desafiante –, ¿y tú
cuándo te vas a casar? ¿Qué ya nadie se
casa en este mundo?
Las
respuestas que me he encontrado van desde el “después de ti” hasta el “cuando
me consiga una vieja con plata”. ¿Será el matrimonio un pensamiento recurrente
entre los jóvenes? ¿Lo verán como un paso que se debe dar en la vida? En realidad…
a quien le importa.
Quizá
esta conversación surge de mi madre –las madres y su tendencia de clavarnos
temas en la cabeza que luego aplicamos igualito que ellas, pero siempre negando
que nos parecemos–. Creo que desde mi mayoría de edad ella sueña con que me
case, no para que haga mi vida y sea feliz, sino para volverme “problema de
otro”. La verdad es, que esa señora NUNCA se ha casado –¡que horror!– porque
ella y papá se las daban de hippies y tenían anillos, pero no un papel firmado.
Ya debo confesarlo, la verdad es que me entusiasman las bodas. Veo en los
canales de televisión los programas de búsqueda de vestido de novia por mero
placer culposo; es que me parecen “menos peor” que ver a las Kardashian. Y esa
es la razón por la cual me entusiasman las bodas, pura cultura pop.
Cásense,
que quiero beberme su güisqui gratis.
Cásense,
que quiero embriagarme en una fiesta “formal” y besar a un padrino para declarar
al día siguiente demencia. Y robarme pasapalos. Y pelear con alguien por el
ramo. Y acosar al fotógrafo. Y esconder una de güisqui debajo de la mesa para llevármela.
Y levantarme a alguien en la fiesta que me de la cola hasta mi casa.
Cásense,
coño, para que le puedan meter casquillo a los amigos de que ahora es su turno.
Cásense,
que nunca he ido a una boda (tipo “Quiero robarme al novio”, tu sabes).
No
me importa si no tengo vestido, siempre habrá una amiga fiel que lo preste. Porque
en este país no hay plata para el regalo en efectivo, pero si hay para la
peluquería, para la manicura, y para el vestido nuevo, si es el caso. Y mira,
vale, por como están las cosas te sale un juego de cubiertos de Traki –si acaso–.
Ahora Venezuela es otra.