jueves, 18 de septiembre de 2014

República Capta Huellas de Venezuela

– Ella me lava la ropa, pero estamos separados hace 39 años. No te confundas–, me dice el taxista después de contarme que fue con “la mamá de sus hijos”, como la llama, a Makro hace un par de días. Ella vive en Guatire, no me quedó claro con quien, porque supongo que los hijos deben tener alrededor de 40 años. Mi chofer, ahogándome con el olor a cigarro que, supongo, ha ayudado a marcar más aún las arrugas de su rostro y manos y ha convertido sus dientes en pedazos amarillentos, me explicó una, dos, tres veces que en verdad ellos solo son amigos y hacen mercado juntos, y le agradece muchas cosas, entre ellas esa.

– Resulta que allá en Guatire se consigue pasta, leche, jabón, shampoo y cosas en el Makro, entonces vamos juntos al mercado. Lo chévere– me dice con ironía– es que si compraste hoy no puedes comprar lo mismo mañana. Fuimos por pasta un día y al día siguiente por jabón, pero como tienen el registro por números de cédula saben cuándo compras y qué no puedes volver a comprar. ¿Qué te parece esa belleza, mija?–, me dice mientras bota la colilla de cigarro por la ventana y casi terminamos el corto camino de la parada a mi casa, en la cual debo tomar un taxi porque es una colina de unas 7 cuadras donde ya me han robado 3 veces, aunque solía subir sintiéndome segura hace 11 años.

“Mis taxistas”, como suelo decirle al grupo de choferes que me llevan y ya tienen años conociéndome, siempre me cuentan de los robos y actos delictivos que ha habido por la zona o por sus casas, y me desahogan su sentimiento de patria. Yo solo pude contarle mi alegría al haber conseguido shampoo la semana pasada y haber podido comprar tres botellas. Supongo que a él, siendo taxista, la plata para hacer mercado le rinde más que a mí.

No le comenté nada pero no dejaba de pensar en dos cosas. Me atreveré a decir la primera considerando que como creo en la malicia bruta de los venezolanos, ya a alguien más se le ha ocurrido. Seguro a los mismos del gobierno. Toda esta cuestión del capta huellas y poder comprar solo con número de cédula, una vez a la semana o al día o nunca (porque no hay) seguro desatará el único móvil delictivo e ilegal que falta por popularizarse en el país: el robo de identidad. Para ser más exagerada, mi mente me llevó a escenas de la película “Gattaca”, donde el chico que suplantaba la identidad debía usar puntas falsas de dedo con las huellas dactilares y la sangre de quien pretendía ser. Habrá que ser más de una persona para poder hacer mercado en Venezuela. Así como hace falta también más de un sueldo mínimo para comprar alguito. Ya me imagino a alguna tipa aprendiéndose mi número de cédula y pretendiendo ser yo para poder comprar más pañales.

En segundo lugar pensé que si este fuera un país honesto no se le hubiera agregado el “Bolivariana” como segundo nombre, sino un hermoso “Capta Huellas”.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

Después de 6 años, me corté el cabello

Después de 6 años, me corté el cabello.

Cuando comencé la universidad dije que lo haría. Que mantendría mi cabello en crecimiento durante todo el tiempo que me mantuviera estudiando, hasta convertirme en Licenciada. Fue sin razón aparente. Pero fue para crecer.

Muchas veces decía “cuando termine la carrera me cortaré el cabello y lo donaré, por eso está tan largo” para escapar a las preguntas incómodas de los demás. Todos querían saber por qué tanto cabello, si pesaba, fastidiaba, molestaba, lo pintaba, cómo lo cuidaba y cuál era su historia. Esta es la historia.

Nunca antes había tenido el cabello tan largo. Nunca. De niña siempre lo mantuve corto entre los piojos y el fastidio que le daba a mi mamá peinarme o enseñarme a mí a hacerlo. Ella lo odiaba, era inmanejable, imposible de peinar o domar. Crecí sin tener idea de cómo arreglarlo, usarlo, cuidarlo, llevarlo o quererlo. Ni una pista ni siquiera que pudiera haberme dejado una amiga o una muñeca. En esa época sin YouTube, ¿cómo iba a buscar un tutorial que me enseñara? Hace poco entendí que lo dejé crecer tanto como una forma de vengar esa vida, esa infancia, ese cabello que nunca antes había tenido. Mi primera cédula, la de República de Venezuela con el cintillo verde, la boté pocos años después de sacarla porque odiaba la foto y como se me veía el cabello. Dejarlo crecer fue eso, un proceso de crecer y de ser una niña y una mujer con el cabello largo. Fue un crecer en centímetros y volumen en mi cabeza, tanto por dentro como por fuera. Mientras más aprendía en la Universidad, los empleos y la vida, más crecía mi cabello, más largo era, menos ganas tenía de deshacerme de él. Quisiera tener algún recuerdo hermoso de niña, poder haber tomado esta decisión antes, mirar atrás y ver a mi mamá o mis hermanas peinarme o aunque sea decirme algún piropo sobre él, pero eso no pasó. Pasó de grande un proceso de amor de mí hacía mi misma, la que llevaba el cabello y a los casi 6 años pudo cortarse más de 30 centímetros para donar.

Ningún familiar o persona cercana ha sufrido de cáncer. Conozco casos, pero nunca he hablado con alguien que lo perdiera. Donarlo simplemente me pareció un gesto de ayuda que no costaba nada, ¡el cabello crece! Quizá de esta forma podía pasar mi aprendizaje y crecimiento a los demás. De tanto cabello se pueden sacar dos pelucas.

Una mujer es muchas cosas. Es sus sentimientos, pasiones, pensamientos, gustos, temores, fortalezas, acciones, palabras, belleza, cualidades. Pero sobre todo es todas esas cosas y más a la vez. Que lo haya aprendido después con el cabello no quiere decir que lo haya aprendido mal. Descubrí todo lo que podía alcanzar y hasta donde podía llegar. Después de presentar mi tesis, era momento de dejarlo ir. Ya había pasado el tiempo, había crecido, ya era licenciada, ya lo había disfrutado y vivido. Lo corté y fueron dos lágrimas muy dulces. Espero que ahora otra persona pueda vivir su historia con él. Es momento de aprender cómo se usa el cabello corto.


Gracias Agustin Bozzo por el corte. El cabello lo dejé hoy en la fundación Maria Kallay