domingo, 16 de febrero de 2014

Carta abierta a mi Metrobús.

Metrobús:

Los últimos 10 años de mi vida los he pasado en ti. Usó todos los días la línea Altamira – La Trinidad. A veces Altamira – El Hatillo, cuando no quiero tardar tanto o aguantar la cola, tú sabes. Conozco a los parqueros y taxistas de los restaurantes que están en las paradas de La Trinidad. Conozco a los pregoneros de periódicos y lotería que en la mañana están cerca de la parada. Saludo a los choferes, a veces, no todos me agradan, no todos son frecuentes. Veo casi siempre las mismas caras en la mañana esperándote. En ti estudié para mis exposiciones y exámenes de la universidad, dormí mucho, leí más. Contigo –y gracias a ti– llego a mi trabajo a diario, y me voy de nuevo a mi casa por las tardes; incluso espero la última unidad de la noche, tratando de extender mi día en la ciudad para ver a uno que otro amigo. Habló con los viejitos y peleó porque les cedan el asiento azul. He llorado y reído en ti, Metrobús, porque son 10 años, y en ese tiempo me ha pasado de todo.

Cuando era niña, llegabas a Chacao y no a Altamira. Claro, en esa época no existía el Sambil. Recuerdo que a los 5 años venía del pediatra y me monté con papá en ti. Él me dio un pan de coco y yo lo regañé, recordándole que no se debe comer dentro de ti. El chofer sonrió, quizá enternecido, quizá ese chofer que sonrió en ese entonces es el presidente que tenemos hoy.

Me duele no volver a verte. Entiende que no es una decisión que yo tomé. Yo no quise que fuera así. Contigo me siento segura, mucho más de lo que me pueda sentir en cualquier guagua de la capital, con música absurda que no entiendo y con pedigüeños que hacen que apriete mi bolso contra mí, porque me da miedo. Yo, que estoy en tus asientos grises todos los días, sé que quienes te usamos no somos los más ricos, ni los que tienen cargos en el gobierno, ni los que compran zapatos de marca. Somos gente simple que trabaja. Te contaré una historia que no se si sabías.

Papá trabajó en el Metro durante muchos años. Él estuvo en las construcciones y llegaba cansado y lleno de tierra. Después estuvo en el subterráneo, y a mí me gustaba mucho ir a su trabajo, “manejar” y conocer los túneles. También estuvo con algunos como tú, Metrobuses que iban por las calles cuando Caracas era otra. Mamá dice que el presidente que tenemos ahora trabajó con papá. Y que quizá eran buenos amigos, por la banda de rock y eso. Algunos profesores de la escuela también dicen recordar a ese señor. Pasa que a la gente no le gusta recordar su pasado humilde. Pasa que generalizar no es un acto de paz ni de amor. Pasa que ya no te tengo a ti, ya no tengo Metrobús, ni celular, ni leche en polvo, ni medicina para la alergia de la piel, ni dinero para mudarme o para un carro; pasa que salgo con miedo, que mamá llega estresada del mercado, que quisiera poder tomarte a diario, que quisiera que la vida valiera más que el color de una franela. Pasa que los vecinos millonarios que pasan con los guardaespaldas y que si trabajan en altos cargos del Gobierno no me llevarán al trabajo todos los días, porque ellos tienen armas y motos blindadas y militares que cierran la calle donde vivo. Pasa que yo sigo siendo la hija de quien también fue chofer de Metrobús y de la señora que, aún hoy, baja y sube caminando la colina y va humilde al mercado y compra “lo que le alcance”. Mamá dice que quien se avergüenza de su pasado será una vergüenza en el futuro. Y creo que eso lo estamos viviendo hoy.

Metrobús, quiero que sepas que voy a luchar por ti. Por ti y por todos los que te usamos. Los que queremos que “público” vuelva a significar algo bonito y grande. Los que queremos que “servicio” sea una palabra que vuelva a valer la pena en el país. Estaré peleando, pero nos volveremos a ver.