miércoles, 1 de mayo de 2013

Se llamaba Juan Carlos


La Avenida Libertador de noche –entre otras suculentas avenidas de Caracas– es el reflejo de la ciudad que vivimos. Mucha lentejuela y tacones altos escondiendo unos ojos tristes; mucho tipo extraño buscando “diversión” de a rato para olvidar lo patética que es su vida o lo mala que está la cosa. Pero siempre gastando en ratos y no haciendo inversiones a largo plazo. Yo, al igual me muchos, me sorprendo de la actitud, pose y portadura de las travestis de la noche. Me debato entre la vergüenza que me da verlas directamente y de frente y las ganas de curiosear y entablar una charla tan simple como “marica, ¿quién te arregla el cabello?”

Son unas tetas bestiales que llegan a la ventana semi bajada del carro antes de la cara; es la lencería más transparente y pequeña que tenían los buhoneros; son las extensiones de pelo más largas y fantásticas que puedes encontrar; es la cirugía de costillas y el ningún rastro de barba, o músculos, o pelos en las piernas que puedas encontrar. Me pregunto muchas veces ¿ellas quieren ser mujeres y por eso se transforman así o ellas creen que las mujeres deberían ser así y por eso son así?

¿Cuánto cobran el polvo? ¿Será la cosa tan buena y por eso botaron a las nacidas mujeres de la avenida? No sé. Al final, creo que no haberme detenido a establecer una conversación con ellas esa noche se dio solo por la situación de que no se llamen Mariana o Patricia o Yeilín. Aún no entiendo cómo, si soportan tacones de 20 centímetros y se ponen de una forma perfecta las pestañas postizas, se puede escuchar todavía cuando la rubia de metro 80 se asoma al carro mientras la otra catira le dice:
– Juan Carlos, vente marica, que ese mamagüevo lo que quiere es joder.