La
Avenida Libertador de noche –entre otras suculentas avenidas de Caracas– es el
reflejo de la ciudad que vivimos. Mucha lentejuela y tacones altos escondiendo
unos ojos tristes; mucho tipo extraño buscando “diversión” de a rato para
olvidar lo patética que es su vida o lo mala que está la cosa. Pero siempre
gastando en ratos y no haciendo inversiones a largo plazo. Yo, al igual me
muchos, me sorprendo de la actitud, pose y portadura
de las travestis de la noche. Me debato entre la vergüenza que me da verlas
directamente y de frente y las ganas de curiosear y entablar una charla tan
simple como “marica, ¿quién te arregla el cabello?”
Son
unas tetas bestiales que llegan a la ventana semi bajada del carro antes de la
cara; es la lencería más transparente y pequeña que tenían los buhoneros; son
las extensiones de pelo más largas y fantásticas que puedes encontrar; es la
cirugía de costillas y el ningún rastro de barba, o músculos, o pelos en las
piernas que puedas encontrar. Me pregunto muchas veces ¿ellas quieren ser
mujeres y por eso se transforman así o ellas creen que las mujeres deberían ser
así y por eso son así?
¿Cuánto
cobran el polvo? ¿Será la cosa tan buena y por eso botaron a las nacidas
mujeres de la avenida? No sé. Al final, creo que no haberme detenido a establecer
una conversación con ellas esa noche se dio solo por la situación de que no se
llamen Mariana o Patricia o Yeilín. Aún no entiendo cómo, si soportan tacones
de 20 centímetros y se ponen de una forma perfecta las pestañas postizas, se
puede escuchar todavía cuando la rubia de metro 80 se asoma al carro mientras la
otra catira le dice:
–
Juan Carlos, vente marica, que ese mamagüevo lo que quiere es joder.